Entrevista familia Cuiñas-Rodriguez

José  Cuiñas y Florentina Rodríguez de Cuiñas arribaron a estas tierras, el 20 de junio de 1950. La oportunidad se las ofrecía el Gobierno, ya que una resolución interna  permitía  a quienes necesitaban una vivienda, anotarse en el nuevo proyecto.

Fue así como obtuvieron la casa de la calle A. Williams y C. E. Pellegrini, por la que en principio pagaban un alquiler. Eran tierras desoladas, llamadas “La Siberia”,  que de a poco  se fueron poblando con familias que trabajaban en Casa de Gobierno, en Ferrocarriles, en la C.G.T., había militares, municipales, etc., todo aquel que podía anotarse en el plan obtenía una casita.

Luego, vino la oportunidad de comprarla a través del Banco Hipotecario que les daba  facilidades y reconocían los años pagados de alquiler. Fue un verdadero sacrificio, cuentan, pero se podía lograr.

Don José  recuerda que el único medio de transporte que entraba al barrio era “el colectivo 106”, al cual había que esperar bastante tiempo en estas inhóspitas  esquinas; por suerte el barrio ya estaba asfaltado y no pasamos penurias los días de lluvia, pero no había taxi, como ahora, por lo que viajar era un problema.

Doña Florentina  nos cuenta que la Iglesia no tenía el rango de “Parroquia” cuando se mudaron, por eso  al nacer su segundo hijo, tuvieron que bautizarlo en la Iglesia del Dulcísimo Nombre de Jesús y que el padre Benítez, a cargo de San Juan el Precursor era el confesor de la Sra. Evita.

Nos relata cómo era la manzana que está frente a su casa: había una gran proveeduría, muy bien surtida y con buenos precios;  a continuación por  Pellegrini estaban la roticería y fiambrería; en la esquina frente al parque una “Confitería” muy bien puesta; luego seguía el cine al que iba con sus dos hijos y sus vecinas; después venia la “farmacia de Don Cholo” y la galería comercial que tenía hermosos negocios: una peluquería para damas, una librería, un gran kiosco que era del padre de Cora Colloca; por Banchs había una importante peluquería para hombres y una gran juguetería que su dueña en la Revolución del 55 se fue a vivir a Estados Unidos;  justo en la esquina de Banch y Williams una carnicería muy grande, que había que hacer cola para comprar ya que venía gente de todos lados. Y por último recuerda la panadería  y lechería de Paterno.

También nos cuenta, que en el “Garage” funcionaba la estación de servicio en la que ellos guardaron  su primer auto. Que en los primeros años no tenía teléfono en las viviendas,  pero en el barrio había tres, uno en el garage, en la farmacia y otro en la Unidad Básica, que funcionaba en la esquina de Larralde y Ceretti,  en la casa de la Sra. Rosa; Años más tarde  instalaron la “Central Coghlan” y   nos ofrecieron una línea, había que anotarse para obtenerlo. En el Colegio, para los chicos del barrio,  funcionaba una “enfermería” a la que llevaban a sus hijos para aplicar las vacunas en forma gratuita y que también, cree que había un servicio de odontología para los niños.

Vienen a su memoria los vecinos con los que compartieron largos años, el Coronel Amarante que fuera Presidente del Hipódromo; la familia Tellería que trabajaban en O.S.N.; la Señorita Iglesias, profesora de ingles a la que iban todos los niños del barrio; el  Mayor Vicente que ocupaba la casa de A. Palma y R. Yrurtia; también vivió un sobrino de Perón, no recuerda en qué casa, pero sí que una de sus hijas iba a Jardín de Infantes con su  hijo más chico.

Durante la Revolución del 55, don José que estaba en la zona de Plaza de Mayo, temía por los acontecimientos que se rumoreaban, el bombardeo del “tanque de gas” ubicado muy cerca del barrio,  ya  que Florentina por aquel entonces solía con sus pequeños pasear por el parque cerca del museo.

Era un lugar tranquilo en el que podíamos salir a veranear sin necesidad de dejar la casa al cuidado de otra persona, no existían las rejas, los muros, las alarmas con las que hoy convivimos.

Añoran la “casita de Vidal” en el parque  que parecía un cuento de hadas y venían las novias a tomarse fotografías; las tardes tranquilas en que sus hijos salía a jugar y andar en bicicleta por el barrio, o cuando  jugaban en las plantas de  “moras”,  las que juntaban y venían siempre desgarrados y sucios; las largas caminatas  después de la cena alrededor del parque en las que encontraban  los gatitos abandonados, hecho que hoy día se sigue viendo.

Con una pícara sonrisa, Florentina cuenta que dado el poco tránsito que había se animó a aprender a manejar en la Panamericana, y que  para volver al barrio venía por General Paz y entraba por la rotonda que estaba justo frente al barrio.

Con la lucidez de sus casi 90 y 86 años, con de más de 50 años en estos pagos en los que crecieron como familia y criaron a sus hijos,  hoy disfrutan con sus nietos y sus recuerdos lo que el correr de la vida les ha dejado.

Nota. Norma H. Rozadas.